Si creías que lo peor que podía hacer Nicolas Cage era gritar por unas abejas… agárrate con Longlegs.
¿Sabes esa sensación de que algo no está bien pero no sabes qué es? Así se siente ver Longlegs. No es una película de terror cualquiera. No hay jumpscares cada 10 minutos ni adolescentes gritando porque algo se movió en el bosque. Esto es más sucio, más enfermo… más real.
La historia arranca con calma, como si no quisiera asustarte, pero luego te das cuenta de que lleva una hora metiéndose bajo tu piel. Y cuando por fin explota, ya es demasiado tarde. Estás adentro. Y no hay salida sin traumas.
Maika Monroe hace de una agente del FBI tan rara que te cuesta saber si es brillante, está rota, o ambas. Pero encaja perfecto. Tiene una conexión con el asesino que no debería existir, y justo por eso es tan inquietante. No es la típica heroína, y eso se agradece.
Y Cage… bueno. ¿Cómo decir esto sin sonar exagerado? Es lo más perturbador que lo hemos visto en años. No actúa, posee la pantalla. Da miedo de verdad. De esos papeles donde no sabes si le estás viendo a él o a un demonio con peluca.
La fotografía es otro nivel: planos que parecen sacados de una pesadilla noventera, tonos rojos que huelen a sangre y sudor, y detalles ocultos que te hacen dudar si viste lo que crees que viste.
¿La recomiendo?
Sí. Porque no hay muchas películas que se atrevan a mirar a los cultos y decirles: “me dan risa y asco al mismo tiempo”.
Y ojalá Cage se anime a hacer papeles así, que en verdad es espectacular.
PD. La escena del interrogatorio impresionante.